¿Cómo algo tan simple, como una ducha, te puede hacer sentir tan bien?. En ella el tiempo pasa sin darnos cuenta mientras el agua, caliente, cae sobre nuestras cabezas. Se bifurca por nuestro cuerpo acariciando cada una de las partes, caricias tranquilizantes, relajantes.
Y piensas, te dejas llevar por el sentido del agua, cierras los ojos y sientes las gotas caer, recorrer tus brazos como venas en movimiento y con ellas tus pensamientos.
Pensamientos que se lleva el agua.
Hipnotizado por el sentido descendente del agua sigues quieto, inmóvil, esperando una señal para reaccionar. Un escalofrío. Tu mente se queda en blanco, solo es consciente del calor que desprende cada parte del cuerpo, y se deja llevar por la caída. Y hace mover una mano… y abrir los ojos… y sentir las yemas de los dedos arrugadas. Y de pie te sientes solo, pero una soledad agradable, una soledad placentera. Tú y la corriente. Delante de una cortina que te evade de la realidad exterior, te sientes depurado, tranquilo y relajado.
Cierras el grifo y te quedas quieto, sintiendo tu cuerpo como nunca, y sintiendo el aire fresco del “exterior”. Dudas en salir, solo piensas en el calor de la tolla, en la calidez de su abrazo
Corres la cortina, ahí está, en forma de bocanada de aire frio y envuelta en una nueve de vapor, la realidad.
Fotografía y texto : J.Frambudaf