La postmodernidad es un concepto de por sí lo suficientemente heterogéneo y abierto como para resultar complejo aplicarle unas bases definitorias. Esta amplitud parece no ayudar a su interés en convertirse en una herramienta válida para la discusión científico-política y cultural, de manera que puede resulta poco operativa. Críticas y elogios son reacciones enfrentadas que acompañan a presupuestos tanto conservadores como renovadores, de ahí que definir qué es moderno requiera más astucia retórica que definir qué es posmoderno. Si el primer término se relaciona con una diagnosis sobre una idea de crisis de la modernidad que certifica la defunción de un modelo cultural que agoniza con el conflicto mundial, el segundo término se describe como una radical ruptura, más intelectual que tangible, y que nos lleva a la actualidad. De ahí que una base económica capitalista se transforme en una serie de generalizaciones, difusa en sus márgenes, como sociedad de la información o sociedad postindustrial. Más clarificador resulta en cambio aportar ejemplos, como el ascenso de la cultura de masas frente a una cultura de élite, el optimismo tecnológico, el ideal liberal democrático como única forma de gobierno “aceptable” y la nueva superficialidad, brutal y consolidada, que ingiere cuanto se aproxima a ella. Probablemente dicha transformación no sea ajena a la misma modernidad (Callinicos, Lyotard, Huyssen, Calhoun), por lo que la postmodernidad puede considerarse una profundización o continuidad de la modernidad, o mejor incluso, un amplio espectro de respuestas filosóficas, sociológicas y culturales ante las ideas iniciales de la modernidad. Definir distancias será tan clarificador como reflexionar sobre la propia ruptura. De ahí la sensación extraña que produjo el compromiso comunista de Hans Werner Henze en 1976 frente al pasmoso y cotidiano adocenamiento al que estamos acostumbrados. Quizá este movimiento esté definido por la dialéctica de la continuidad y discontinuidad de forma obsesiva, pero no todo lo actual debe ser postmoderno. Este reduccionismo entendemos que puede resultar empobrecedor. Por esta razón, por el deseo de realizar un ejercicio de autoclarificación sobre cómo se injerta la música contemporánea en este continuum postmodernista, y no por otra, aportaremos en este blog pequeñas semillas al debate actual sobre la cultura, o sobre el mundo de la vida, como propone Habermas. El próximo apunte lo dedicaremos a los rasgos constitutivos del postmodernismo como ideología. Serán como pequeños coleópteros en cajas de cerillas, como los que recogía Gerald Durrell su infancia en Corfú. Agur. IFG

No hay comentarios:
Publicar un comentario